Cuentos

   En todas  las tradiciones espirituales, tanto religiosas como filosóficas, el cuento ha sido -y es- uno de los elementos de enseñanza más precisos y preciosos que existen.
Suelen "ilustrar una situación" en la que se muestran determinadas actitudes y comportamientos que aluden o bien a estados psicológicos, o bien a etapas de la búsqueda espiritual.
   Estas sencillas historias contienen un enorme caudal de sabiduría, y tienen el poder de provocar en nuestra conciencia un impacto capaz de situarnos como lectores en un estado de comprensión más elevado, brindándonos la oportunidad de sentirnos reflejados de un modo directo en una situación concreta donde podemos reconocernos.
Provocando de esta manera que puedan servirnos como un valioso -y hermoso- instrumento de trabajo interior en cualquiera de sus aspectos psicológico, ético o espiritual.
   Ampliaremos periódicamente la lista.


La llave de la Felicidad

En el principio de los tiempos, se reunieron varios demonios para hacer una travesura.
Uno de ellos dijo:
--Debemos quitarles algo a los humanos, pero, ¿qué les quitamos?
Después de mucho pensar uno dijo:
--¡Ya sé!, vamos a quitarles la felicidad, pero el problema va a ser dónde esconderla para que no la puedan encontrar.
Propuso el primero:
--¡Vamos a esconderla en la cima del monte más alto  del mundo!
....a lo que inmediatamente repuso otro:
--No, recuerda que tienen fuerza, alguna vez alguien puede subir y encontrarla, y si la encuentra uno, ya todos sabrán donde está.
Luego otro demonio propuso:
--Entonces vamos a esconderla en el fondo del mar.
….y otro contestó:
--No, recuerda que tienen curiosidad, alguna vez alguien construirá algún aparato para poder bajar y entonces la encontrará.
Uno más dijo:
--¡Escondámosla en un planeta lejano a la Tierra!
Y le dijeron:
--No, recuerda que tienen inteligencia, y un día alguien va a construir una nave en la que pueda viajar a otros planetas y la va a descubrir, y entonces todos tendrán felicidad.
El último de ellos era un demonio que había permanecido en silencio escuchando atentamente cada una de las propuestas de los demás.
Analizó cada una de ellas y entonces dijo:
--Creo saber dónde ponerla para que realmente nunca la encuentren.
Todos voltearon asombrados y preguntaron al mismo tiempo:
--¿Dónde?
El demonio respondió:
--La esconderemos dentro de ellos mismos. Estarán tan ocupados buscándola fuera, que nunca la encontrarán.
Todos estuvieron de acuerdo y desde entonces ha sido así.


La dificultad de la percepción global

Una vez llegó un elefante a una ciudad poblada por ciegos. En esa ciudad se ignoraba qué y cómo era ese extraño y enorme animal, así que decidieron llamar a los más eruditos entre ellos para que elevaran un dictamen. El primero se acercó al animal y palpó concienzudamente sus patas. Al rato sentenció:
--Amigos, no hay duda. Un elefante es como una columna.
El segundo de ellos también se acercó al paquidermo y tocó a fondo sus orejas.
--Temo comunicaros que mi colega se ha equivocado. Un elefante es un gran abanico doble -dijo el segundo. El tercero, en cambio, centró su inspección en la trompa.
--Debo decir -proclamó- que mis dos colegas han errado en su apreciación. Es evidente que un elefante es como una gruesa soga. De este modo cada erudito captó su propio grupo de defensores y detractores, iniciándose una polémica que hizo que llegaran a las manos. En esto llegó al pueblo un hombre que veía perfectamente, y ante aquella confusión preguntó el motivo de la disputa. Desordenadamente, cada grupo volvió a defender su opinión sobre lo que en verdad era un elefante. Oídos a todos, el hombre que veía trató de sacarles de su error explicando que cada erudito sólo había percibido una parte del elefante, por lo que les describió cómo era en realidad el animal. Pero los ciegos creyeron que aquel hombre estaba loco. Lo expulsaron de su poblado, y continuaron por los siglos debatiendo entre ellos sobre lo que creían debía ser un elefante.


La importancia de las opiniones ajenas

Un abuelo y su nieto se encaminaron un día a una aldea vecina para visitar a unos familiares, por lo que se acompañaron de un borrico a fin de hacer más llevadera la jornada. Iba el muchacho montado en el burro cuando al pasar junto a un pueblo oyeron:
--¡Qué vergüenza! El jovencito tan cómodo en el burro y el pobre viejo haciendo el camino a pie.
Oído esto decidieron que fuera el abuelo en la montura y el joven andando. Pero al pasar por otra aldea escucharon:
--¿Viste al egoísta? Él bien tranquilo en el burro, y el muchachito caminando.
Entonces acordaron que lo mejor sería montar los dos en el jumento y así atravesaron otro pueblo, donde unos lugareños les gritaron:
--¿Qué hacéis vosotros? Los dos subidos en el pobre animal. ¡Qué crueldad, vais a terminar reventándolo!
Vista la situación, llegaron a la conclusión de que lo más acertado era continuar a pie los dos para no tener que soportar más comentarios hirientes. Pero pasaron por otro lugar y tuvieron que oír cómo les decían:
--¡Tontos! ¿Cómo se os ocurre ir andando teniendo un burro?


Los bordados de la vida

Cuando yo era niño, mi madre trabajaba mucho cosiendo. Yo me sentaba en el  suelo, miraba y preguntaba qué es lo que estaba haciendo. Ella me contestaba que estaba bordando.
Todos los días yo hacía la misma pregunta y ella me contestaba lo mismo. Observaba su trabajo de una posición abajo de donde ella se encontraba sentada, y repetía:
--¿Mamá, que es lo que estás haciendo?.
Le decía que, desde donde yo la miraba, lo que estaba haciendo me parecía muy extraño y confuso. Era un amontonado de nudos e hilos de diferentes colores, largos, cortos, unos gruesos y otros finos... Yo no entendía nada.
Ella sonreía, miraba hacia mí y de manera amable me decía:
--Hijo, sal un poco a jugar, y en cuanto termine mi trabajo yo te llamaré y te cogeré en mis brazos y dejaré que veas el trabajo desde mí posición.
Pero yo seguía preguntándome desde abajo donde estaba: ¿Por qué ella usaba algunos hilos de colores oscuros y otros claros? ¿Por qué me parecían tan desordenados y enmarañados? ¿Por qué estaban tan llenos de nudos y puntos? ¿Por qué había tantos nudos e hilos enredados entre sí?  ¿Por qué no tenían aún una forma definida? ¿Por qué tardaba tanto para hacerlo?
Un día, cuando yo estaba afuera jugando, ella me llamó:
--Hijo, ven aquí, que te coja en mis brazos.
Me cogió y me sorprendí al ver el bordado. “¡No me lo podía creer! ¡Desde abajo me parecía tan confuso! Pero, desde arriba, he podido ver un paisaje maravilloso.”
Entonces ella me dijo:
--Hijo, desde abajo mi bordado te parecía confuso y desordenado porque tú no veías que en la parte de arriba había un bello diseño. Pero ahora, mirando el bordado desde mi posición, tú ya puedes ver qué es lo que yo he estado haciendo.
A veces no entendemos qué está ocurriendo en nuestras vidas. Las cosas son confusas, no  encajan y parece que nada nos sale bien.
Es que estamos mirando el reverso de la vida. Del otro lado, Dios está bordando y todo está perfecto.


Doce años después  
 
Era un joven que había decidido seguir la vía de la evolución interior. Acudió a un maestro y le preguntó:
-Maestro, ¿qué instrucción debo seguir para hallar la verdad, para alcanzar la más alta sabiduría?
El maestro le dijo:
--He aquí, jovencito, todo lo que yo puedo decirte: todo es el Ser, la Conciencia Pura. De la misma manera que el agua se convierte en hielo, el Ser adopta todas las formas del universo. No hay nada excepto el Ser.
Tú eres el Ser. Reconoce que eres el Ser y habrás alcanzado la verdad, la más alta sabiduría.
El aspirante no se sintió satisfecho. Dijo:
--¿Eso es todo? ¿No puedes decirme algo más?
--Tal es toda mi enseñanza -aseveró el maestro-. No puedo brindarte otra instrucción.
El joven se sentía muy decepcionado, pues esperaba que el maestro le hubiese facilitado una instrucción secreta y algunas técnicas muy especiales, incluso un misterioso mantra.
Pero como realmente era un buscador genuino, aunque todavía muy ignorante, se dirigió a otro maestro y le pidió instrucción mística. Este segundo maestro dijo:
--No dudaré en proporcionártela, pero antes debes servirme durante doce años. Tendrás que trabajar muy duramente en mi ashram (comunidad espiritual). Por cierto, hay un trabajo ahora disponible. Se trata de recoger estiércol de búfalo.
Durante doce años, el joven trabajó en tan ingrata tarea. Por fin llegó el día en que se había cumplido el tiempo establecido por el maestro.
Habían pasado doce años; doce años recogiendo estiércol de búfalo. Se dirigió al maestro y le dijo:
--Maestro, ya no soy tan joven como era. El tiempo ha transcurrido. Han pasado una docena de años. Por favor, entrégame ahora la instrucción.
El maestro sonrió. Parsimoniosa y amorosamente, colocó una de sus manos sobre el hombro del paciente discípulo, que despedía un rancio olor a estiércol. Declaró:
--Toma buena nota. Mi enseñanza es que todo es el Ser. Es el Ser el que se manifiesta en todas las formas del universo. Tú eres el Ser.
  Espiritualmente maduro, al punto el discípulo comprendió la enseñanza y obtuvo iluminación. Pero cuando pasaron unos momentos y reaccionó, dijo:
--Me desconcierta, maestro, que tú me hayas dado la misma enseñanza que otro maestro que conocí hace doce años. ¿Por qué habrá sido?
--Simplemente, porque la verdad no cambia en doce años, tu actitud ante ella, sí.
 

Algunos siempre encuentran motivos para quejarse


Los fatigados miembros de una caravana llegaron por fin a un oasis y se dispusieron a descansar. A los diez minutos, y en medio del silencio, oyeron una voz que lastimosamente decía:
--¡Qué sed tengo! ¡Qué sed tengo!
El jefe de la caravana mandó a un hombre a ver que ocurría. A su regreso dijo:
--Es sólo un viajero que también trata de descansar pero no puede por la sed.
--Dadle agua -ordenó el jefe-, así podremos descansar todos.
El enviado llevó un odre de agua al sediento, que éste bebió con deleite.
Pasados otros diez minutos, y de nuevo en medio del silencio de la noche se escuchó la misma voz quejumbrosa:
--¡Qué sed tenía! ¡Pero qué sed tenía!


Estar despierto


Un grupo de personas fueron a preguntar a un maestro:
--La gente sufre calamidades, muere a veces miserablemente, muchos sufren, tienen problemas, se odian, se traicionan... ¿cómo puedes permanecer indiferente a todo eso? ¿Cómo si eres un iluminado, no ofreces tu ayuda a los demás?
El maestro contestó:
--Imaginad que estáis soñando. En vuestro sueño vais en un barco y éste se hunde. En ese momento os despertáis. Yo os pregunto a vosotros: ¿Os volveríais a dormir para prestar ayuda a los pasajeros de vuestro sueño?


Dejando al ego de lado

Cuentan que un hombre llegó a la conclusión de que vivía muy condicionado tanto por los halagos y aceptación de los demás, como por sus críticas o rechazo. Dispuesto a afrontar la situación, visitó a un sabio. Éste, oída la situación, le dijo:
--Vas a hacer, sin formular preguntas, exactamente lo que te ordene. Ahora mismo irás al cementerio y pasarás varias horas vertiendo halagos a los muertos; después vuelve.
El hombre obedeció y marchó al cementerio, donde llevó a cabo lo ordenado. Cuando regresó, el sabio le preguntó:
--¿Qué te han contestado los muertos?
--Nada, señor; ¿cómo van a responder si están muertos?
--Pues ahora regresarás al cementerio de nuevo e insultarás gravemente a los muertos durante horas.
Cumplida la orden, volvió ante el sabio, que lo interrogó:
--¿Qué te han contestado los muertos ahora?
--Tampoco han contestado en esta ocasión; ¿cómo podrían hacerlo?, ¡están muertos!
--Como esos muertos has de ser tú. Si no hay nadie que reciba los halagos o los insultos, ¿cómo podrían éstos afectarte?


La ciudad de los pozos

Esta ciudad no estaba habitada por personas, como todas las demás ciudades del planeta. Esta ciudad estaba habitada por pozos. Pozos vivientes... pero pozos al fin.
Los pozos se diferenciaban entre sí, no solo por el lugar en el que estaban excavados sino también por el brocal (la abertura que los conectaba con el exterior). Había pozos pudientes y ostentosos con brocales de mármol y de metales preciosos; pozos humildes de ladrillo y madera y algunos otros más pobres, con simples agujeros pelados que se abrían en la tierra.
La comunicación entre los habitantes de la ciudad era de brocal a brocal y las noticias cundían rápidamente, de punta a punta del poblado.
Un día llegó a la ciudad una "moda" que seguramente había nacido en algún pueblito humano: La nueva idea señalaba que todo ser viviente que se precie debería cuidar mucho más lo interior que lo exterior. Lo importante no es lo superficial sino el contenido.
Así fue como los pozos empezaron a llenarse de cosas. Algunos se llenaban de cosas, monedas de oro y piedras preciosas. Otros, más prácticos, se llenaron de electrodomésticos y aparatos mecánicos. Algunos más optaron por el arte y fueron llenándose de pinturas, pianos de cola y sofisticadas esculturas posmodernas. Finalmente los intelectuales se llenaron de libros, de manifiestos ideológicos y de revistas especializadas.
Pasó el tiempo.
La mayoría de los pozos se llenaron a tal punto que ya no pudieron incorporar nada más.
Los pozos no eran todos iguales así que, si bien algunos se conformaron, hubo otros que pensaron que debían hacer algo para seguir metiendo cosas en su interior.
Alguno de ellos fue el primero: en lugar de apretar el contenido, se le ocurrió aumentar su capacidad ensanchándose.
No paso mucho tiempo antes de que la idea fuera imitada, todos los pozos gastaban gran parte de sus energías en ensancharse para poder hacer más espacio en su interior.
Un pozo, pequeño y alejado del centro de la ciudad, empezó a ver a sus camaradas ensanchándose desmedidamente. El pensó que si seguían hinchándose de tal manera, pronto se confundirían los bordes y cada uno perdería su identidad.
Quizás a partir de esta idea se le ocurrió que otra manera de aumentar su capacidad era crecer, pero no a lo ancho sino hacia lo profundo. Hacerse más hondo en lugar de más ancho.
Pronto se dio cuenta que todo lo que tenia dentro de él le imposibilitaba la tarea de profundizar. Si quería ser más profundo debía vaciarse de todo contenido.
Al principio tuvo miedo al vacío, pero luego, cuando vio que no había otra posibilidad, lo hizo.
Vacío de posesiones, el pozo empezó a volverse profundo, mientras los demás se apoderaban de las cosas de las que él se había deshecho.
Un día, sorpresivamente el pozo que crecía hacia adentro tuvo una sorpresa: adentro, muy adentro, y muy en el fondo encontró ¡agua!.
Nunca antes otro pozo había encontrado agua.
El pozo supero la sorpresa y empezó a jugar con el agua del fondo, humedeciendo las paredes, salpicando los bordes y por último sacando agua hacia fuera.
La ciudad nunca había sido regada más que por la lluvia, que de hecho era bastante escasa, así que la tierra alrededor del pozo, revitalizada por el agua, empezó a despertar.
Las semillas de sus entrañas, brotaron en pasto, en tréboles, en flores, y en tronquitos endebles que se volvieron árboles después.
La vida explotó en colores alrededor del alejado pozo al que empezaron a llamar "El Vergel".
Todos le preguntaban cómo había conseguido el milagro –“Ningún milagro -contestaba el Vergel- hay que buscar en el interior, hacia lo profundo”.
Muchos quisieron seguir el ejemplo del Vergel, pero desecharon la idea cuando se dieron cuenta de que para ir más profundo debían vaciarse.
Siguieron ensanchándose cada vez más para llenarse de más y más cosas.
En la otra punta de la ciudad, otro pozo, decidió correr también el riesgo del vacío.
Y también empezó a profundizar.
Y también llegó al agua.
Y también salpicó hacia fuera creando un segundo oasis verde en el pueblo.
--¿Qué harás cuando se termine el agua?- le preguntaban.
--No sé lo que pasará- contestaba- Pero, por ahora, cuánto más agua saco, más agua hay.
 Pasaron unos cuantos meses antes del gran descubrimiento.
Un día, casi por casualidad, los dos pozos se dieron cuenta de que el agua que habían encontrado en el fondo de sí mismos era la misma. Que el mismo río subterráneo que pasaba por uno inundaba la profundidad del otro.
Se dieron cuenta de que se abría para ellos una nueva vida. No sólo podían comunicarse, de brocal a brocal, superficialmente, como todos los demás, sino que la búsqueda les había deparado un nuevo y secreto punto de contacto:
“La comunicación profunda que sólo consiguen entre sí, aquellos que tienen el coraje de vaciarse de contenidos y buscar en lo profundo de su ser lo que tienen para dar”.


Unos ven y otros no


Un discípulo se mostraba ansioso de recibir las más altas enseñanzas, por eso no dudó en preguntar a su maestro:
--Por favor, señor, ¿qué es la verdad?
--La verdad está en la vida de cada día.
Decepcionado, el discípulo protestó:
--Pero en la vida de cada día sólo encuentro rutina y vulgaridad, pero no veo la verdad por ningún lado.
El maestro dijo:
--Esa es la diferencia: unos la ven y otros no la ven.


El elefante encadenado

Cuando yo era chico me encantaban los circos, y lo que más me gustaba de los circos eran los animales. También a mí como a otros, después me enteré, me llamaba la atención el elefante. Durante la función, la enorme bestia hacia despliegue de su tamaño, peso y fuerza descomunal... pero después de su actuación y hasta un rato antes de volver al escenario, el elefante quedaba sujeto solamente por una cadena que aprisionaba una de sus patas atada a una pequeña estaca clavada en el suelo. Sin embargo, la estaca era sólo un minúsculo pedazo de madera apenas enterrado unos centímetros en la tierra. Y aunque la cadena era gruesa y poderosa me parecía obvio que ese animal capaz de arrancar un árbol de cuajo con su propia fuerza, podría, con facilidad, arrancar la estaca y huir. El misterio es evidente: ¿Qué lo mantiene entonces? ¿Por qué no huye?
Pregunté entonces a algún maestro, a algún padre, o a algún tío por el misterio del elefante. Alguno de ellos me explicó que el elefante no se escapaba porque estaba amaestrado. Hice entonces la pregunta obvia: -Si está amaestrado, ¿por qué lo encadenan? No recuerdo haber recibido ninguna respuesta coherente. Con el tiempo me olvide del misterio del elefante y la estaca... y sólo lo recordaba cuando me encontraba con otros que también se habían hecho la misma pregunta.
Hace algunos años descubrí que por suerte para mí alguien había sido lo bastante sabio como para encontrar la respuesta: “el elefante del circo no se escapa porque ha estado atado a una estaca parecida desde muy, muy pequeño”. Cerré los ojos y me imaginé al pequeño recién nacido sujeto a la estaca. Estoy seguro de que en aquel momento el elefantito empujó, tiró, sudó, tratando de soltarse. Y a pesar de todo su esfuerzo, no pudo. La estaca era ciertamente muy fuerte para él. Juraría que se durmió agotado, y que al día siguiente volvió a probar, y también al otro y al que le seguía... Hasta que un día, un terrible día para su historia, el animal aceptó su impotencia y se resignó a su destino.
Este elefante enorme y poderoso, que vemos en el circo, no se escapa porque cree -pobre- que ¡no puede!. Él tiene registro y recuerdo de su impotencia, de aquella impotencia que sintió poco después de nacer.
Y lo peor es que jamás se ha vuelto a cuestionar seriamente ese registro. Jamás... jamás... intentó poner a prueba su fuerza otra vez.


El iluminado y el buscador
 
Un buscador espiritual viajó a la India en su afán por encontrar y entrevistar a un verdadero iluminado, a un jivanmukta o liberado-viviente.
Viajó durante meses por el país. Recorrió montañas, dunas, desiertos, ciudades y pueblos enteros.
Recabó mucha información y, por fin, halló, según todos los testimonios, un verdadero hombre realizado. Por fin, podría llevar a cabo su ansiado encuentro.
El graznido de los cuervos quebraba el silencio de una tarde apacible y dorada. El hombre realizado se hallaba bajo un frondoso rododendro, en actitud meditativa. El visitante lo saludó cortésmente, se sentó a su lado y preguntó:
--Antes de que usted hallase la realización, ¿se deprimía?
--Sí, claro, a veces -repuso tranquilamente el jivanmukta.
El buscador hizo una segunda pregunta:
--Dígame, y ahora, después de su iluminación, ¿se deprime a veces?
Una leve y hermosa sonrisa se dibujó en los labios del jivanmukta. Penetró con sus límpidos ojos los de su interlocutor y contestó:
--Sí, claro, a veces, pero ya ni me importa ni me incumbe.

- Vacía o llena

Alejandra caminaba con su padre cuando éste, de repente, se detuvo en una curva del camino. Después de un breve silencio le preguntó:
--Además del cantar de los pájaros, ¿qué oyes, Alejandra?
La niña prestó atención aguzando sus oídos. Después de unos segundos respondió:
--Papá, estoy oyendo el ruido de una carreta que se acerca.
--Muy bien –respondió su padre-. Tienes razón, se está acercando una carreta vacía.
Alejandra asombrada preguntó a su padre:
--¿Cómo sabes que es una carreta vacía si aún no la has visto?
Entonces el padre respondió:
--Es muy fácil saber cuándo una carreta está vacía, por el ruido que hace. Cuanto más vacía está la carreta, mayor ruido hace.
Alejandra se convirtió en adulta y siempre que veía una persona interrumpiendo una conversación y hablando demasiado de sí misma de forma inoportuna o violenta o presumiendo de lo que poseía, tenía la impresión de oír la voz de su padre diciendo:
--Cuanto más vacía está la carreta, mayor es el ruido que hace.


- ¿Por qué?

Cuenta la leyenda, que una vez, una Serpiente empezó a perseguir a una Luciérnaga. Ésta huía con miedo de la feroz depredadora, pero la Serpiente no pensaba desistir. Huyó un día, y la Serpiente no desistió; dos días, y seguía tras ella. En el tercer día, ya sin fuerzas, la Luciérnaga se detuvo y le dijo a la Serpiente:
--¿Puedo hacerte tres preguntas?
--No acostumbro a responder, pero como te voy a devorar, puedes preguntar -respondió la Serpiente.
--¿Pertenezco a tu cadena alimentaria? -preguntó la Luciérnaga.
--No.
--¿Te hice algún daño?
--No.
--Entonces , ¿por qué quieres acabar conmigo?
--Porque no soporto verte brilla.


- Soy yo quien decide

En una ocasión, el discípulo acompañó a su maestro a comprar el periódico. Al llegar al quiosco el maestro saludó amablemente al vendedor. El quiosquero, en cambio, respondió con modales bruscos y desconsiderados y le lanzó el periódico de mala manera. El maestro, no obstante, sonrió y pausadamente deseó al quiosquero que pasase un buen día. Al continuar su camino, el discípulo dijo:
--Maestro, ¿este hombre siempre lo trata así?
--Sí, por desgracia.
--Y usted, ¿siempre se muestra con él tan educado y amable?
--Sí, así es.
--Y ¿por qué es tan amable con él, cuando él es tan antipático con usted?
--Es bien fácil. Porque yo no quiero que sea él quien decida cómo me he de comportar yo.